Aprende y emplea lo aprendido al servicio del mundo




“Aprende, no para acumular conocimientos como un tesoro personal, sino para emplear lo aprendido al servicio del mundo”. Rudolf Steiner


Somos grandes acumuladores de teorías. 
Una de las cosas que más nos gusta es la de atesorar conocimiento, pensamientos que vamos clasificando y amoldando a nuestras propias exigencias. 


Se nos llena la boca de palabras como el amor, la paz, la tolerancia, pero luego nos cuesta mucho seguir paso a paso por la senda de su práctica. 


Es cierto que practicar los caminos tiene su complejidad. No es lo mismo hablar del amor, pensarlo, idearlo, que practicarlo. 


Si las relaciones son necesarias para amar, si el otro resulta imprescindible para el acto del amor, es evidente que no haremos nada teorizando sobre la idea del cariño, del afecto, del gozo.


Tendremos que rozarnos al otro, comprenderlo, respetarlo, aceptarlo, escucharlo, abrazarlo, sujetarlo con nuestro pulso en los momentos difíciles. 


En un mundo, el humano, marcado por la complejidad del símbolo, no bastará con decir “te amo”. 


Deberemos bajar hasta la realidad y demostrar que ese amor no es tan solo palabrería, ideales o pensamientos, sino que se traduce en acción, en voluntad, en poder de obrar.


Las verdaderas enseñanzas se distingue precisamente por eso. No por lo que dicen, ni siquiera por lo que piensan sobre lo que dicen, sino por lo que hacen. 


Es el ejemplo, la conducta, lo que marca la diferencia con respecto a lo frágil, a lo inútil, a lo irreal. Solo los poetas que verdaderamente han sentido dolor o amor podrán escribir versos inmortales. 


Solo los maestros que han experimentado en sus carnes la esencia de las cosas podrán hablar sobre ellas. Solo los valientes que se han lanzado a la aventura de la vida, transitando cada uno de los caminos, podrá advertirnos sobre sus peligros, y también sobre sus grandezas.


Si vemos que la vida es injusta pero no hacemos nada para cambiar esa situación tampoco deberíamos tener derecho a solo hablar de ella. 


Tendemos constantemente a distraernos, a divagar sobre pensamientos inconexos que no llevan a nada, que no pasan por el corazón, por la emoción, y por lo tanto, no terminan en una acción eficiente. 


Nuestras riquezas interiores nos desvelan las bellezas del mundo externo. 


Si por dentro estamos sintonizados con el misterio de la vida, es más fácil que seamos capaces de desarrollar un talento que nos lleve a conectar con la realidad, con la fortaleza inmanente de lo existente. 


Ese talento nos conducirá al acto de amar, no solo a la palabrería de amar. Ese don nos conectará directamente con las fuerzas vitales.


Hay circunstancias que endurecen nuestra alma, otras nos seducen y nos alejan de nuestros propósitos más nobles. 


Todo aquello que signifique salvaguardar nuestra vida, esconderla, encapsularla para nuestro goce egoísta, nos aleja del principio creador, de aquello por lo que hemos sido creados. No es un hecho fortuito. 


La vida se multiplica cuando nos entregamos a la misma con generosidad. 


Si abrimos el corazón a la experiencia, nuestros deseos se reducen pero nuestro gozo aumenta. Si nos protegemos por temor, algo de vida perdemos en ese acto, algo se apaga en nosotros.


Los sabios siempre nos advierten sobre lo mismo: todo conocimiento que busquemos para aumentar nuestro propio saber y para acumular tesoros personales, nos desviarán del sendero; pero todo conocimiento que busquemos para madurar en el empeño del ennoblecimiento humano y de la evolución del mundo, nos hará progresar un paso más. 


Nuestra tarea, por lo tanto, es siembre bien simple: entender los ideales como instrumentos para transformar positivamente nuestro mundo. El nuestro y el de los demás.


Javier León



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